Por Israel Roldán
Escuela de Periodismo Carlos Septién García
La libertad de información es un derecho fundamental entre los ciudadanos. Renunciar a ella sería como intentar ausentarse de la construcción social.
Negarse a esa libertad -inherente al ser humano-, inhibiría el desarrollo de la sociedad y la estructuración de nuevas culturas.
Pensar en las sociedades modernas sin medios de información sería como remontarse a la cercanía de la era del Neanderthal (entre 100,000 y 30,000 años a.c.), cuando se inició el lenguaje oral con sus limitantes de comunicación.
¿Pero qué ocurre cuando los ciudadanos encuentran medios que difunden información carente de elementos éticos trastocados por la crisis que enfrenta el periodismo moderno?
Por desgracia, solamente recibirán informaciones limitadas; los seres humanos entonces se verán medianamente informados, lo que impedirá su acción individual y colectiva para el cambio político, social, económico y cultural.
Muchos han encontrado que por ello debiera fortalecerse esa libertad de información capitalizándola a través de un verdadero periodismo inspirado en el interés público.
Normalmente al hablar de ética y medios involucra la búsqueda de la calidad en los textos periodísticos que debieran ser el objetivo principal de difundir cualquier información.
Sin embargo, ahora es necesario reconocer las buenas de las malas prácticas periodísticas para satisfacer esa libertad de información.
Ahora para hacer un buen periodismo no basta con seguir las reglas de la consulta de las fuentes y de la “pirámide invertida”; esa práctica debe ser reconsiderada con un código de ética.
Este ensayo aborda la necesidad ciudadana a la libertad de información, la práctica ética del periodismo, la crisis del oficio y los alcances que tienen verdaderos periodistas para mejorar esta actividad.
LIBERTAD A LA INFORMACIÓN
LIBERTAD A LA INFORMACIÓN
La libertad de información es un derecho fundamental para cualquier ser humano: renunciar a ella sería abandonar el interés público, la construcción social basada en la dinámica de los medios de comunicación.
La comunicación social, los medios de información y quienes los integran -directivos y periodistas-, ahora más que nunca deben fortalecer esa libertad.
Aunque es clara esa idea, preocupa que en países desarrollados y en vías de serlo, la gran diversidad de medios de información estén controlados por unos cuantos, lo que inhibe la apertura informativa.
Naief Yehia escribe en su libro “Guerra y Propaganda. Medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos” (México 2004): “A principios de la década de los ochenta, 50 compañías controlaban prácticamente todos los medios estadounidenses (…) Los periódicos están en manos de 6 cadenas, 7 corporaciones controlan la industria del libro y 80% de los libros vendidos en Estados Unidos salen de los estantes de grandes cadenas (…) 17% de los estadounidenses más ricos de la lista de Forbes 400 generaron sus fortunas en los medios, el entretenimiento y el software”.
En países como México y de América Latina, este fenómeno se repite: sólo las compañías con solventes finanzas poseen el control de los medios de comunicación y, por consecuencia, de la información.
Fundador de la revista etcétera, Raúl Trejo Delarbre -analista, colaborador de diversos medios, además de miembro del Instituto de Estudios para la Transición Democrática- tiene en su haber distintos ensayos sobre la comunicación y el papel que desempeñan los medios -con finanzas ‘pudientes’- en la sociedad moderna.
“Tendencias mediáticas en América Latina” (publicado en Zócalo, en febrero del 2007), describe la fuerza de los medios en la sociedad:
“(…) La influencia social de los medios tradicionales ha crecido tanto que, en ocasiones, rivaliza con los poderes establecidos. No resultó sorprendente, por ello, que el Informe sobre la Democracia en América Latina que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo presentado en 2004, identifique a los medios de comunicación entre los poderes fácticos más influyentes en esta región.
La fuerza política de los medios llega a determinar decisiones u omisiones de los poderes establecidos (como sucedió en México a comienzos de 2006 con la aprobación de una reforma de legal tan favorable al interés de las corporaciones mediáticas que llegó a ser conocida como Ley Televisa).
Los medios públicos no alcanzan a constituir una alternativa sobre todo cuando experimentan carencias financieras tan acusadas como las que padecen numerosas emisoras estatales en América Latina (…)”.
El control de los medios de comunicación descrito, marca una gran línea sobre cuál debe ser el verdadero periodismo, aquel que permita la libertad de información y que esté inspirado en servir al interés público.
EL PERIODISMO MODERNO
EL PERIODISMO MODERNO
A quienes participan en la dinámica del periodismo moderno debe quedar claro que este oficio tiene elementos específicos.
La clásica práctica del periodista sobre seguir las reglas de la consulta de las fuentes y de la “pirámide invertida” para presentar la noticia se rebasó con la nueva etapa de este oficio -considerado por el escritor colombiano Gabriel García Márquez como “el mejor oficio del mundo”.
Para analizar esta nueva etapa del periodismo, habría que tejer una remembranza de las palabras pronunciadas ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa en los Ángeles, California, Estados Unidos, el siete de octubre de 1996, del periodista y Premio Novel de Literatura García Márquez.
“(…) Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran (…)”.
Atinadamente, García Márquez detalla el ambiente y el contexto de la actividad periodística de los años 50 en Latinoamérica.
Y continúa: “(…) La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico (…)
Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social (…).
La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor (…)”.
El periodismo moderno -partiendo de la idea de García Márquez- implica la disposición al sacrificio de una parte de nosotros mismos. La práctica de esta actividad -como en muchas otras, pero aún más en esta- es muy exigente. Una de las razones es porque el periodista convive con ella las 24 horas del día.
A diferencia de otros oficios, no podemos cerrar la oficina por la tarde y ocuparnos de cualquier otra actividad. Decía el gran reportero polaco Ryszard Kapuscinski (en su libro “Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo”. Barcelona 2002), que quienes practican el periodismo como cualquier oficio, en un nivel muy distinto al verdadero periodismo, no lo diferencian en nada al trabajo de un zapatero, jardinero o burócrata, lo reducen a una jornada laboral.
La real práctica de esta actividad es de un nivel más elevado, más creativo: requiere de toda el alma, de la dedicación, de todo el tiempo.
El periodismo y quienes lo ejercen requieren de la actualización y del estudio constante, pues buena parte de la actividad periodística se basa en la investigación y descripción del mundo contemporáneo, lleno de cambios continuos, profundos y dinámicos.
Quizá valga decir que quienes esperan hacerse ricos de esta profesión están equivocados. Para eso hay otras profesiones que lo permiten en poco tiempo. Una recomendación para aquellos que creen que pueden hacer otra cosa, es que se salgan de este oficio, siempre mal remunerado, en todas partes, por doquier.
Es cierto, el periodismo atraviesa por una crisis ocasionada por los mismos cambios en las sociedades. Hay falta de credibilidad y mucha cercanía con los poderes.
ÉTICA PERIODÍSTICA
ÉTICA PERIODÍSTICA
Quienes ejercen este oficio deben hacerlo con una sola misión: contribuir a mejorar el bien común social, el interés público.
Los periodistas modernos deben estar convencidos de que es fundamental trabajar con las personas para comprender sus historias y que no habrá otra forma de hacerlo más que explorando e investigando la experiencia personal.
Para explicar la ética periodística habrá que retomar los elementos que destaca Daniel Santero en su conversación “Verificar base del periodismo de calidad”, publicada en la revista etcétera en noviembre del 2008.
El periodista argentino -asegura la publicación- “está convencido de que el periodismo que sobrevivirá a la revolución tecnológica será el de calidad, basado en la verificación de la información y no en la opinión, más allá de que en los medios de comunicación masiva muchas veces abunde lo contrario”.
Daniel Santero es reconocido por su destacada trayectoria, primero, en diarios regionales de Argentina y, después, por su paso en el vertiginoso ritmo como editor de política del diario matutino Clarín. Por una investigación sobre la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia durante el gobierno del ex presidente Carlos Menem, publicado en ese rotativo, ganó el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, en 1995. Esa investigación periodística derivó en el encarcelamiento de Menem en el 2001 por casi seis meses.
Para Daniel Santero, el periodista ético debiera ser aquel que fecunda la “responsabilidad de tratar de ser el perro guardián de la democracia, controlar el poder, y además de informar, formar y entretener, ejercer ese rol de periodismo que pide que se rindan cuentas”.
¿CÓMO HACER BUEN PERIODISMO?
La respuesta a esa interrogante sería mediante códigos de ética que impulsen los propios directivos y periodistas de los medios de comunicación.
Deben partir de la primicia de que el periodismo real, ese que vale de verdad, es aquel que intenta provocar algún cambio, una reacción, ese que obtiene algo.
El reportero debe saber que hay diferencias entre el buen y mal periodismo. Se diferencian fácilmente: el buen periodismo, además de la descripción de un acontecimiento, tiene la explicación del por qué ha sucedido; en tanto, el mal periodismo sólo realiza la descripción del hecho ‘noticioso’, sin conexiones o referencias al contexto histórico.
Cuántos textos periodísticos encontramos con el relato del mero hecho, pero sin conocer las causas ni los precedentes. En el buen periodismo siempre habremos de responder a la pregunta ¿por qué?
El ejercicio periodístico moderno debe ser dinámico y original, no realizarse en manada. Entre la diversidad de medios locales escuchamos y leemos las mismas informaciones. Todos se concentran en un mismo hecho al que nosotros mismos le hemos etiquetado el status de noticioso.
Ejemplos hay muchos: el de una manifestación. Todos los enviados de las redacciones se concentran allí, en la misma zona, cuando muchísimas cosas más importantes ocurren en otros lados de la misma ciudad. Si luego, minutos después hay otro hecho, todos tienden a moverse en manada.
Contar buenas historias es hacer buenos relatos. El periodista actual debe ser un gran narrador; para serlo, debe observar lo que es físico, que su cuerpo propio y verdadero esté en el lugar de los hechos o en las inmediatas cercanías.
“Periódicos mal escritos es la mejor forma de no leerlos” -decía Ryszard Kapuscinski. Por eso es obligatorio elaborar textos de calidad periodística, buenos relatos y mejores historias. A lo único que no se debe renunciar en la práctica del periodismo es a relatar buenas historias. Hay que escribir bien, hacerlo con respeto al lector.
El periodismo moderno exige la práctica de la investigación. Hay que dejar de hacer periodismo sólo de denuncia, sino de consignación.
Para esto deben considerarse algunos elementos como la honestidad al escribir, imparcialidad en la información y respetar a las personas e instituciones, pero sobre todo, ser responsables al momento de la redacción periodística.
El quebrantar estas novedosas reglas periodísticas conducen solamente a la percepción de la gente de que no pocos periodistas han abandonado sus deberes: el informar y servir a la sociedad, no a intereses que van en contra del orden público.
Los reporteros deben -a través de sus textos- dar la garantía a los lectores de que las noticias publicadas son imparciales, que van acorde a los hechos reales y que su difusión responde solamente al interés público.
Entre las buenas prácticas del periodismo debe contemplarse la prohibición de grabar a entrevistados sin su consentimiento; también citar fuentes irreales o hacer mal uso de la información. Hay que huirle a la información oficial y pulir la técnica periodística. Hay que escribir bien, con respeto al lector.
Hay que dejar de ser -como dice el periodista español Joaquín Estefanía- “(…) la caja de resonancia de afirmaciones no siempre verídicas (…)”.
A las personas no se les debe violentar su vida privada, aún cuando se trate de personajes públicos, excepto cuando lo privado trastoque lo público.
Asimismo, el buen periodismo debe impulsar el buen uso del lenguaje y las imágenes.
El periodista moderno, el de la consigna y no sólo de la denuncia, nunca debe ocultar parte o el todo de lo que sabemos sobre un hecho noticioso, debe escribir con voz crítica, dejar a un lado las empatías con las fuentes.
Cabe recordar, los periodistas mediatizan todos los ámbitos de la sociedad, desestabilizan todos los equilibrios. De ahí que ahora la ética debe ser un elemento inherente de la práctica moderna del periodismo.
BIBLIOGRAFÍA
Naief Yehia, Guerra y Propaganda. Medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos. Paidós, México 2004, 44.
Trejo Delarbre, Raúl. “Tendencias mediáticas en América Latina”. Zócalo 2007.
http://version2.fnip.org/download/elmejor.pdf
Kapuscinski Ryszard. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Compactos Anagrama. Barcelona 2002. 32-34.
Recúpero, Andrea. “Verificar, base del periodismo de calidad”. Etcétera. 2008, edición especial 8º aniversario, México, 83.
(Este ensayo se llevó a cabo con fines académicos en octubre de 2009 en la Escuela de Periodismo "Carlos Septién García". México, D.F.)
El legado del periodista
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